Hace veinte años, cuando estaba en el instituto, nos hablaron de Historia de una Escalera, pero no me llamó especialmente la atención, ni tampoco al resto de mis compañeros. Nos parecía una obra antigua, con diálogos algo oxidados y personajes que nos recordaban a los tristes pisos de nuestros abuelos.
Sin duda, pecados de adolescentes bárbaros, que quizá no habríamos cometido si hubiéramos sabido que cuando el autor hablaba de sindicatos se jugaba su carrera por hacerlo, que cuando un personaje se quejaba por el precio de la luz, en España llevaban diez años sin escuchar algo parecido, que cuando el dramaturgo ponía a dos mujeres a insultarse llamándose golfas, en realidad quiso poner puta y luego zorra, pero que ningún adjetivo traspasó la censura.
Un hombre idealista
Si hubiéramos sabido que este hombre idealista había estado a punto de morir fusilado en las cárceles de posguerra, que despidió a muchos amigos cuando marchaban con aplomo hacia el paredón, que para más inri su padre -militar de carrera- había sido fusilado en el Madrid republicano por sus propios camaradas, o que entre rejas entabló amistad con un poeta mitificado por la historia y que nos enamoraba como ninguno, el “compañero del alma” Miguel Hernández, estoy seguro de que lo habríamos mirado con otros ojos.
Capitán Centellas
Y más todavía si hubiéramos conocido la historia de cómo, al salir de la cárcel y sin un duro, se colaba en la oficina de su amigo Vicente para pasar a máquina el manuscrito de su obra, cómo no quería presentarse al premio Lope de Vega porque pensaba que a un vencido como él nunca le concederían semejante honor, o cómo durante el improbable estreno de Historia de una escalera, el público obligó a interrumpir el tercer acto y no permitió reanudarlo hasta que Buero Vallejo no salió a saludar.
Tal fue el éxito que por única vez se suspendió el Tenorio en el teatro Español de Madrid y desde entonces Buero fue apodado “Capitán Centellas”, porque es el personaje que mata a Don Juan. Si esto fuera el final de nuestra historia parecería un guion made in Hollywood, pero es que se trata sólo del principio.
"Historia de una escalera"
Su vida cambió y con ella la historia del teatro español. Historia de una escalera fue para los escenarios lo que había sido Nada o La familia de Pascual Duarte para la novela. De ser un marginado, Buero Vallejo pasó a ser el número uno durante los años del franquismo, algo paradójico y de lo que hemos buscado explicación. ¿Abandonó sus convicciones? ¿Se doblegó ante la dictadura? En el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares, el “archivo de la censura”, está la respuesta.
La calidad de su teatro es indudable, para muchos es el tercer gran dramaturgo del siglo XX tras Valle Inclán y García Lorca. Para otros, esa tercera posición está en disputa con otro autor que no era precisamente santo de su devoción: Alfonso Sastre. Con él, discutió en la revista Primer Acto sobre cómo debía comportarse un autor ante la censura. De alguna forma esta polémica le marcó, y dio alimento a sus detractores, e imagino que por ello le enojaba ser preguntado por el tema.
Compromiso y firmes principios
Al llegar la Transición, mientras compartía mesa y mantel con Santiago Carrillo, sintió que los jóvenes dudaban de su compromiso, injustamente a su juicio; él, que años antes había renunciado a estrenar La doble historia del doctor Valmy, obra sobre la tortura, porque no aceptó los recortes que le imponía la censura.
Padeció años de estrecheces económicas por mantener firmes sus principios y ahora, con la democracia, la sospecha se cernía sobre él. Le dolió tanto que pasó varios años sumido en una depresión, pese a que seguía estrenando y a que sus obras se representaban en medio mundo.
La posteridad
“Compartirá cátedra con sus adorados Calderón y Cervantes“
Tras su muerte en 2000, sus obras han sido llevadas pocas veces a escena. A decir de los expertos, se encuentra en el “purgatorio” de los grandes autores, a casi todos les ha pasado. Es el momento en que sus textos oscilan entre el baúl de lo efímero y la inmortalidad de los clásicos.
Sin embargo, en este documental nadie duda de que al menos las cuatro o cinco mejores obras del ilustre guadalajareño volverán a las tablas en este siglo y en los venideros, y compartirá cátedra con sus adorados Calderón y Cervantes.